Opinión

Éibar al cuadrado

Se trata de una prueba rocosa y que puede determinar, para bien o para mal, el futuro de los clubes

Éibar, Éibar y Éibar no dejo de pensar en otra cosa.

Éibar, Éibar y Éibar no dejo de pensar en otra cosa. / JM López

Siete meses tuvieron que pasar para que el Levante volviera a llevarse la totalidad del botín como visitante. Demasiados, sin duda, pero valiosos, por supuesto para al menos elevar el orgullo y la alegría del levantinismo. La jornada fue positiva, pero no alcanzó los topes de mega, porque al contrario de lo ocurrido hace un par de jornadas, el resto de rivales apenas concedieron puntos. Los daños propios causados han obligado a mirar constantemente de reojo a otros partidos en los que el desenlace es incontrolable y que toca asumir sin capacidad para nada.

Lo más sensato, y también saludable, es no pensar más allá y centrarse en el presente más puro. Eso significa Éibar al cuadrado. Conjeturas de plenos, de ceder solo un empate, de elucubrar lo que tienen que hacer Racing, Sporting, Oviedo o Elche, solo puede llevar al agobio y la desesperación, no compensa en absoluto. El único desgaste que ahora mismo debe tener el seguidor del Levante es dejarse su empeño, voz y alma en animar al Levante, no hay más. Solo así, con esta fórmula fácil se va a poder sobrellevar mejor la tensión interior con el poco kilometraje de puntos que queda por delante.

La victoria en La Céramica reconfortó y mucho. Y es que también se reflejó en color un final de partido plácido por el ensanchamiento del marcador. Lejos de si se jugó bien, regular o mal, poder acabar viendo un encuentro del Levante sin tener que pedir la hora, y sin las apreturas de buscar el gol imposible, como rezaba el famoso anuncio, no tiene precio. Fue un estímulo al que nos hemos acogido, una rama en el árbol de la ilusión, una luz dentro de una cueva de la que aún seguimos dentro pero que esperamos encontrar la salida. Metáforas al margen, el triunfo hace afrontar la semana con otro talante, y con la locura de lo que es el fútbol, hace que lo imposible se torne en posible, que lo inalcanzable se vea como algo tangible.

Este sábado es un nuevo duelo a todo o nada. El Éibar aparece como un contendiente en explosión y que busca el camino más corto para volver a Primera División. Se trata de una prueba rocosa y que puede determinar para bien o para mal el futuro de los dos clubes. Con el riesgo que entraña pisar la madera rota del puente colgante, el Levante se va a volver a reencontrar con un partido en el que no alcanzar los 58 puntos en la noche del sábado, elevaría a utopía extraordinaria el poder pelear por la gloria.

Velada de sables, partido de madurez para todos los implicados, el no va más. El Ciutat no puede ahora mismo desfallecer. Mientras la lógica de los números siga diciendo que todo se puede conseguir, habrá que seguir intentándolo desde dentro y desde fuera. El Levante sabe que si gana al Éibar, Elda será territorio granota en mayúsculas como en tantos y tantos campos de la Segunda División. Éibar, Éibar y Éibar no dejo de pensar en otra cosa.

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