Opinión | El trasluz

Maneras de adaptarse

La vida de los seres humanos, tanto en el ámbito de lo personal como en el de lo colectivo, está jalonada de cambios bruscos y de grueso calibre

Vladimir Putin

Vladimir Putin / EP

    En El mago del Kremlin, una interesantísima aproximación de carácter psicológico a Vladimir Putin, el escritor Giuliano de Empoli afirma que los rusos “habían crecido en una patria y se hallaban de súbito viviendo en un supermercado”. La imagen posee una fuerza inusual para describir el paso de la antigua Unión Soviética a la Rusia actual. Pero va mucho más allá porque la vida de los seres humanos, tanto en el ámbito de lo personal como en el de lo colectivo, está jalonada de cambios bruscos y de grueso calibre, de giros de guion de los que no somos conscientes en el momento de vivirlos, pero que resultan tan desconcertantes como el señalado por Empoli. En la transición de la niñez a la adolescencia, por poner un ejemplo sencillo, la familia, que era un espacio protector, deviene en un lugar oprimente (y deprimente). De ahí que resulte tan difícil de manejar tanto para los padres como para los hijos. Los adultos conservamos tan poca memoria de esa época porque resultó muy traumática. La reprimimos, en fin, y nos angustia cuando emerge y se renueva en la prole.

    En el plano colectivo, las personas de cierta edad conservamos aún en la memoria los tiempos en los que la gente, en España, se jubilaba en la misma empresa en la que había accedido a su primer trabajo. En muy pocos años pasamos de una cultura laboral a la japonesa, en la que tampoco era raro que los hijos heredaran los despachos, de los padres, a unas costumbres de carácter liberal en las que florecieron las ETT, o empresas de trabajo temporal, que contrataban por minutos. Ya lo hemos olvidado, pero el golpe fue en su momento extraordinario. Nos adaptamos a él porque un ser capaz de resistir el tránsito de la niñez a los asuntos está preparado para hacer frente a cualquier eventualidad, y sin recurrir a los métodos de Putin.

    Es cierto que los rusos, que habían crecido en una patria, se vieron de súbito viviendo en un supermercado. Otros nacimos en un mundo analógico y estamos instalados de repente en la existencia virtual. Peor todavía: fuimos jóvenes y de un día para otro nos convertimos en viejos. Es duro, la vida es dura en general porque exige una adaptación permanente a las novedades. Pero no nos adaptamos bombardeando Ucrania.