¡Y santas pascuas!

Los milagros no existen y por primera vez se intuye una predisposición a la tragedia, aunque ninguno la mencione

Rubén Baraja en el entrenamiento del Valencia CF previo al partido frente al Almeria

Rubén Baraja en el entrenamiento del Valencia CF previo al partido frente al Almeria / JM López

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

Como se sabe, la Iglesia católica celebra la fiesta de la resurrección de Cristo el domingo siguiente a la luna llena posterior al 20 de marzo. Este año ese día es justo mañana, cuando el Valencia se juega la temporada en Almería a media tarde. Juntar fútbol y religión nunca es recomendable, y menos ahora que el propietario de Mestalla es un ciudadano de una República laica de carácter multirracial y multirreligiosa en la que conviven las confesiones budista, musulmana, hindú y cristiana.

La alegoría sirve para referirse al equipo de Lim tras el inicio de una Semana de Pasión el pasado lunes ante el Rayo. En menos de dos minutos se esfumó la posibilidad de salir del pozo y afrontar el resto del campeonato con cierta tranquilidad. La plantilla es tan blandengue que no hay Baraja que lo arregle, y los milagros no existen. Así que por primera vez intuyo una predisposición a la tragedia, aunque ninguno la mencione por su nombre.

Ha habido una cierta paciencia con Baraja, y su ínclito Marchena, pese a una carrera dudosa como técnico del primero y principiante del segundo. Ya habrá tiempo para una crítica más genérica, pero si vuelve a tirar la primera parte mañana en los Juegos del Mediterráneo no hay nada que hacer. No ha dado firmeza a la defensa, el centro del campo sigue sin existir pese a la presencia de Nico, y arriba Kluivert es mejor cuando no está Cavani. Es inexistente un cierto patrón de juego reconocible y la táctica consiste en arreones fugaces de equipo menor.

Hay tal inercia autodestructiva en el Valencia que la sensación que ofrecen los jugadores no invita al optimismo, pues parecen insensibles al prestigio y la camiseta que defienden. Y a eso se une la apatía de unos seguidores sin ganas de asumir la realidad. Solo un ejemplo. El martes, horas después de desperdiciar la necesaria victoria en casa, contemplé como uno de los jugadores nuevos del Valencia paseaba por la calle Colón con su novia, con una bolsa de una de las tiendas de la zona comercial en una mano y en la otra un vaso de plástico de una conocida franquicia. Posición absoluta de relax turístico. Nadie lo reconoció, ni para pedirle un autógrafo ni para recriminarle su mal partido del día anterior.

Esa preocupante imagen es la realidad del Valencia, que contrasta de cuando en la plantilla había amor propio, que venía de fábrica, se educaba en la cantera, y contagiaba a los recién llegados. Recuerdo cuando los futbolistas de Mestalla se confinaban en casa tras una derrota o una crisis, pues el valencianismo era severo con los suyos.

Llegan tiempos de auténtico sufrimiento deportivo para el que no estamos preparados, porque todavía nos negamos a reconocer de manera colectiva que nos dejamos engañar.

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