Opinión

Amigos, socios e intrusos

El sentido de pertenencia en el fútbol no se negocia. Ni con 600 partidos y 12 ligas. Ni con una década de dominio accionarial

Una foto de arhivo

Una foto de arhivo

El sentido de pertenencia es el mayor vínculo que existe en el fútbol británico, su código más sagrado. A pesar de sus 600 partidos oficiales con el Manchester United, Gary Neville sintió que era un intruso en los banquillos, cuando Luis Enrique no acudió a estrecharle la mano después de aquel humillante 7-0 copero en el Camp Nou.

El comentarista puesto a entrenador no sentía el respeto del resto de colegas, que no miraban a las 12 ligas inglesas y 2 Champions de su palmarés, sino al atajo escogido para llegar a un banquillo como el de Mestalla, enchufado por un magnate singapurés, amigo y socio. E intrusos. En uno de esos arranques de sinceridad de los futbolistas retirados, cuando desclasifican con honestidad su pasado, Neville reconocía la impostura, la ficción barata de consecuencias terribles. «No me esforcé».

Con Meriton al lado, ni una hoja de servicios de «one club man» es suficiente para salir airoso del peaje del sentido de pertenencia. Siempre queda la sospecha de convivir con un cuerpo extraño, ajeno a las costumbres, a la cultura, al tejido social en el que los futboleros se reconocen.

Las pistas no solo se revelan con el resultado de la gestión global de Lim. Las señales también se leían con la condena de la FIFA al Benfica en el mercadeo de Rodrigo y André Gomes (en el que había que prestar más atención al texto que a la simbólica multa), o acudir a la primavera de 2019, cuando un proyecto renacido desde una estructura delegada independiente, fue desmontado hasta tener que acudir Paterna y un Mestalla lleno al rescate. Una oportunidad histórica de arraigar un equipo hegemónico se suplantó por la miopía de brokers cortoplacistas.

El síndrome del impostor del ya exentrenador Neville vale en la (lenta y previsible) partida de ajedrez del Nou Mestalla, con las instituciones negociando con un máximo accionista que no ha tenido entre sus prioridades la reactivación de las obras y que ha continuado el juego del gato y el ratón con el acicate del préstamo de CVC. Si Luis Enrique no se creía a Neville como entrenador, las instituciones sostienen la mirada de reojo a Meriton para exigirle las garantías de un estadio de primer nivel y creerse que realmente quieren apostar por un estadio emblemático por el que valga la pena marcharse de Mestalla.

«Luis Enrique quería mandarme un mensaje de que no pertenecía a ellos». Un mensaje que dice muchísimo desde la Class of 92, el epicentro de la guardia pretoriana de Lim. El sentido de pertenencia a una colectividad en el fútbol no se negocia. Ni con 600 partidos y 12 ligas. Ni con una década de dominio accionarial.

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